Ya…llega Navidad, todos los carteles de colores engalanando las calles.
Las luminarias a pleno pulmón desgastando su luz y calor por doquier, ensalzando el ambiente festivo.
Los niños por las calles con sus panderos, entrando a todos los bares y mercados requiriendo de entre los asistentes el tan preciado aguinaldo…»»Dame el aguinaldo carita de rosa, si no me lo das te llamaré roñosa»».
El candor del momento, eleva tanto el espíritu que nos olvidamos del frío, y siempre terminamos perdiendo la bufanda larguísima que nos tejió la abuela.
En este ir y venir tan ajetreado nos viene el aroma de las castañas de la Pepi, que como siempre en los inviernos y a mas en estos días chisporrotean en su sartén atizadas por el fuego de carbón.
Las calles se van llenando más y más de las gentes más variopintas mientras el día avanza inexorablemente, son las doce y con lo que hemos recogido vamos a Brillante, sí, a Cuatro Caminos a comernos unos churritos con chocolate.
El olor a humo se entremezcla con el frío, transmitiendo ese aroma tan característico que macerado de las luces y carteles de colores y aderezado por esas cantinelas villancicos, nos recuerdan que hoy es Noche Buena y mañana Navidad, saca la bota maría que me voy a emborrachar…
Las madres trapicheando por los mercados, tratando de ajustar su presupuesto a una cena de gala, que por otra parte no es difícil de componer, las gambas solo se comen en Navidad.
Al atardecer las cocinas de carbón arden al rojo vivo, los aromas de carnes y pescados se alean, para salir a las calles impresionando el ir y venir de las gentes.
Antes de que den las diez, a esa hora en que habitualmente las chicas se crisalizan a diario, no se ve un alma por las calles, apenas algún rezagado que corre sujetándose el sombrero con una mano, mientras en la otra aprieta una botella del Gaitero…
Sigo paseando, cada vez más solo, me parece ver en las ventanas empañadas a algunos niños que parecen reirse de mi estampa. Esta agua nieve que me empapa me ha calado hasta los huesos y ardo en deseos de encontrar algún paisano que disponga de la suerte de un barril lleno de leña donde matar el frío.
En mi mente sólo se asoma el aroma de una buena mistela, que calme este frío hueco que me cristaliza por dentro.
Me doy cuenta que estaba recordando, hace cuarenta y tantos años, yo era un chaval… y todo ha cambiado tanto, que es difícil reconocer nuestro barrio, nuestra calle, nuestra casa, el vecindario, siendo igual luce tan diferente, que me viene la reflexión, » De aquella Navidad solo me queda el frío».